Elementor #186413

A punto de celebrar los 90 años del voto femenino en España, el Teatro del Barrio estrenó la obra El pecado mortal de madame Campoamor, que homenajea a la política española y rememora, sobre la base de una obra de radioteatro, los debates parlamentarios de aquellos días de septiembre de 1931.

El autor del texto es Mario Hernández, director de la obra, que cuenta con un reparto compuesto por Elena Rey, Irene Coloma, José Fernández y el propio autor.

La obra tiene, desde el primer momento, un ritmo ágil, resuelto, que combina los diálogos de los personajes con los anuncios publicitarios, las entrevistas, canciones e incluso los discursos del Parlamento. Todo ello facilita que el espectador se introduzca en el ambiente de aquellos años de posguerra y pueda seguir la representación como un radioyente más.

Destaca la interpretación de Elena Rey en diferentes registros: la esquiva Clara Campoamor de sus últimos días en Lausana, la joven diputada comprometida y valiente de 1931 e incluso la propia actriz de la radionovela que duda sobre la representación del texto censurado. También merece especial atención la versatilidad de José Fernández, que da voz a varios de los diputados que participaron en el debate sobre el sufragio femenino.

Teatro dentro del teatro

El pecado mortal de madame Campoamor comienza en Lausana (Suiza), cuando el espíritu de Victoria Kent se presenta en la casa de su antigua colega y la ayuda a transportarse a 1931 para recordar el triunfo de la II República y lo que ocurrió en el parlamento español cuando por primera vez tres mujeres (Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken) fueron elegidas diputadas. Elegidas, pero sin que ellas mismas hubieran podido ejercer su derecho a voto. Esa era una de las grandes contradicciones de un sistema político que tenía aún mucho camino por recorrer.

Es interesante la idea del autor de introducir el teatro dentro del teatro, de manera que la radionovela funcione como un “espejo” de aquellos debates parlamentarios. Con este recurso teatral, nos sumerge en el contexto social de la época en la que transcurre la obra y en la que cualquier creador se enfrentaba a la acción de la censura y, por tanto, a la necesidad de definirse en cuanto a la relación que quería o podía establecer con el poder y con su propia conciencia. Enfrentamiento similar al que tuvo Clara Campoamor con su partido para defender el derecho a voto de la mujer.

Espejo también de situaciones que todos hemos tenido en nuestra vida común sin necesidad de ser parlamentarias ni actrices que se enfrentan a la censura. También en nuestro entorno nos vemos impelidas a reaccionar y a definirnos en diferentes situaciones de poder. Esta obra nos recuerda que siempre tenemos opciones, aunque algunas sean más difíciles, más exigentes que otras: ¿Aceptamos el discurso del poder, lo hacemos nuestro porque es lo que toca, tal vez incluso acabamos defendiéndolo y representándolo? ¿Reconocemos la lucha contra el poder establecido, la entendemos y sabemos lo que es justo, pero decidimos posponerlo en aras de conseguir lo posible o de no destruir lo poco que hemos conseguido? ¿O nos oponemos directamente al poder porque no olvidamos aquello en lo que creemos?

Ejemplo moral

Ese fue el debate de aquellos días, el de Victoria Kent, que no luchó por lo que creía sino por aquello con lo que se conformaba; y el de Clara Campoamor, máximo exponente de la lucha por sus convicciones, por lo que consideraba justo, aun teniendo que enfrentarse a compañeros, amigos, periodistas y a buena parte de la opinión pública. Lo que ocurrió durante esos meses expulsó a Clara Campoamor de la política. A pesar de haber ganado la batalla del sufragio femenino, no volvió a ser elegida diputada y tuvo que defenderse de las acusaciones de ser responsable del fracaso de la izquierda. El poder siempre hace a alguien responsable para no aceptar su propia responsabilidad.

Poco después Clara Campoamor tuvo que marcharse, como tantos exiliados, ante la imposibilidad de vivir en esa España vencedora que instauró un nuevo “orden” y destruyó todas las conquistas de la República. Hoy sabemos que su historia no fue la historia de un fracaso, por mucho que durante años su nombre y sus ideas hayan sido silenciados. Su lucha por la concesión a las mujeres de un derecho legítimo que tenían igual que los varones ha sido un ejemplo moral de compromiso y valentía. Un destello de verdad en medio de tanta aceptación y pragmatismo.