Hay una pandemia oculta, y no es la de la Covid. Ni siquiera la ha desatado esta enfermedad, aunque pueda haberla recrudecido. Tiene que ver con los falsos valores y las grietas del capitalismo: es la pandemia del sufrimiento mental. Según la OMS, una de cada cuatro personas sufrirá una dolencia mental durante su vida, y se calcula que en 2030 constituirán la primera causa de discapacidad.
Un escenario desolador que, además, no se afronta. Reina sobre él el tabú y el estigma. Y la ignorancia y la confusión sobre el amplio abanico de sufrimientos mentales que existen (trastornos alimenticios, depresiones, ansiedad…) nubla la empatía. Además, son más frágiles los estratos más vulnerables de la sociedad, lo cual refleja, de nuevo, un problema de clase social aparejado. Entre otros factores que intervienen en esa vulnerabilidad figura la precariedad, que conlleva vidas laborales especialmente expuestas al sufrimiento mental.
También la propia red de asistencia es débil, al igual que lo es el sistema sanitario: el primer diagnóstico se deja a una saturada Atención Primaria. En el Estado Español, hay seis psicólogos por cada 100.000 habitantes, mientras que en el resto del mundo hay dieciocho.
Si ponemos el foco en la Generación Z, la situación es especialmente preocupante. Se la llama ya la Generación de cristal o Copo de nieve (jóvenes brillantes pero muy vulnerables). Son personas a las que se les ha prometido, durante sus años de formación y educación, una estabilidad y prosperidad que jamás llegan.
Entre las personas jóvenes, han crecido las autolesiones. Los ingresos por trastornos por ansiedad se han disparado más de un doscientos por cien en el último año, según la Fundación Anar. También crecen los trastornos alimentarios. Según el Observatorio del Suicidio, 314 menores de 29 años se quitaron la vida en 2020. Y UNICEF ha publicado que España es el país europeo donde los adolescentes sufren más ansiedad y baja autoestima, y uno de cada cinco jóvenes toma ansiolíticos.