Irene Herrero Miguel ha escrito y dirige Vulva, una tragicomedia que llega las noches de los sábados del 15 al 29 de enero al Teatro del Barrio, precedida de un llenazo total en Sala Mirador. La pieza invita a pensar en la libertad sexual y en los prejuicios con los que la sociedad patriarcal castiga a las mujeres; en el derecho a la intimidad, en la violencia digital, en la culpa que quieren crear la ideología ultraconservadora y el fanatismo religioso sobre la belleza del sexo.
¿Cómo surge la idea de esta obra?
La historia de Vulva parte de un caso real. En mayo de 2019 Verónica, trabajadora de una planta de Iveco en San Fernando de Henares, se suicidó después de varias semanas de acoso por parte de sus compañeros y su entorno más cercano. Se había hecho público un vídeo de contenido sexual que ella había enviado tres años atrás. Tenía 32 años y era madre de dos hijos pequeños. Esta historia me removió muchísimo. Me costaba entender cómo un acto que forma parte de un juego en un contexto de placer y libertad puede ensuciarse hasta llegar a ser el motivo de querer terminar con todo. Me surgían muchísimas preguntas. ¿Cuál era realmente el motivo? ¿Con qué mecanismos contamos como sociedad para llevar a alguien hasta ese límite? ¿Cómo hubiera reaccionado si me hubiera pasado a mí? ¿Y si le hubiera pasado a alguien de mi entorno? ¿Por qué era relevante que fuera una mujer y no un hombre la que aparecía en el vídeo? Muchos medios titularon “una madre se suicida”, ¿por qué era importante que fuera madre? ¿Qué relación tienen el sexo y la maternidad en nuestra sociedad? Durante semanas, el vídeo de Verónica fue el más buscado en un montón de páginas porno. ¿Qué nos pasa? A raíz de estas preguntas, me puse a investigar y encontré casos como el de Verónica por todo el mundo. Más y menos mediáticos, pero casi todos con un final terrible. Me puse a escribir para compartir estas preguntas.
Con esta penalización social de los vídeos sexuales femeninos, parece que la mujer no tiene derecho al placer, ¿no?
Sí, eso parece, eso nos quieren hacer creer y no es fácil convencerse de lo contrario. El heteropatriarcado cuenta con muchas herramientas para desmovilizarnos. La culpa, la vergüenza, la sexualización de nuestro cuerpo, el discurso puritano en torno a la maternidad… Pero hablar sobre ello y compartir es fundamental para deconstruirnos. Es un trabajo colectivo.
Lo que no se nombra no existe: ¿es el pudor por pronunciar ‘vulva’ reflejo de machismo? ¿El lenguaje es otra expresión de desigualdad?
Desde luego. El lenguaje es política y el problema de no tener una palabra con la que dar nombre a nuestros genitales es que no tenemos forma de nombrar tampoco la violencia que se ejerce contra nuestros cuerpos, el placer que sentimos y lo que deseamos, e incluso nos faltan palabras para hablar de nuestra salud. Muchas mujeres no somos capaces de ir a un ginecólogo y contar lo que nos pasa con las palabras adecuadas. Son todo eufemismos y tabúes. Necesitamos recuperar las palabras para poder darle espacio a nuestra realidad en el discurso colectivo. Si no podemos hablar de ello, no podemos cambiarlo.
¿Qué tal tu experiencia como debutante a la dirección?
Está siendo un aprendizaje tremendo. Sobre todo es complicado sacar adelante un proyecto tan ambicioso con un equipo grande y sin ninguna financiación, y más en tiempos de Covid. El acierto del que estoy más orgullosa es de haber creado una compañía en la que todas nos sentimos cómodas y podemos expresarnos y crear desde el juego y la libertad. Me siento muy afortunada por todo lo que nos está pasando y es muy esperanzados que haya salas que apuestan por compañías nuevas y equipos jóvenes como el nuestro.